Dependencia en los niños.
Ser dependiente emocional significa sentir la necesidad de estar al lado de una persona para sentirse seguro y protegido. Durante la infancia es normal que los pequeños sientan ese vínculo hacia sus padres, pero poco a poco deber ir desapareciendo.
Es muy importante
que esta dependencia emocional de los niños vaya siendo cada vez menor. Los
niños a medida que crecen van desarrollando su propia vida y es trascendental
que para que esto suceda que los pequeños no tengan la necesidad de protección
continúa de su figura de referencia. Esa protección se traduce en actos como
pedir ayuda para cosas que ellos mismos pueden hacer, ansiedad y miedo a estar
solos, pasividad frente a sus propias tareas y responsabilidades, etc.
Si queremos que los
niños lleguen a ser adultos independientes se debe fomentar un apego seguro que
les ayude a explorar el mundo y a aprender las herramientas necesarias para
desenvolverse solos.
Este tipo de vínculo
afectivo seguro conlleva hablar de amor, seguridad, confianza, necesidad de
contacto y dejar de lado la sobreprotección.
Para conseguir fomentar el vínculo de apego seguro sin caer en estados
afectivos inseguros, ambivalentes, o desorganizados que desemboquen en elevados
niveles de ansiedad y dependencia emocional de los niños debemos tener
conductas como:
- Estar disponible. El cuidador principal tiene que
estar presente y focalizado en la tarea de cuidado del niño. Si la persona que cuida
está con “la mente en otro lado”, la calidad del cuidado se puede ver afectada.
La vida del niño es hoy, y siempre debes recordar que es más importante que él
se desarrolle a que cumpla tareas o expectativas.
- Muestras de afecto regulares. En la medida en la que
el niño no reciba muestras de cariño continuas en sus primeros años de vida
crecerá pensando que no es merecedor del afecto de sus cuidadores. Así, a
medida que crece el niño irá buscando continuamente el afecto en las personas
que le rodean sin sentirse nunca seguro. Por tanto, es indispensable que le
brindemos atención cada vez que tengamos la oportunidad de manera regular y
coherente frente a las señales y demandas del niño. Ahora, dar atención no debe entenderse con acceder a todas sus
demandas, sino ayudarle a usar sus propias habilidades para lograr sus
objetivos.
- Ofrecerles unos límites y rutinas. Los niños necesitan
ver el mundo que les rodea de manera previsible. Por tanto, si no hay rutinas
que le marquen lo que puede hacer o qué no se moverá siempre con la inseguridad
de no saber cómo comportarse. Además, estas rutinas han de ser congruentes y
consistentes adaptados a su edad. Ser modelos a la hora de cumplirlos.
- Alabar por lo que hace. No estar presionando al niño
hacia unos estándares de calidad en todo lo que hace. Es decir, cuando hace por
ejemplo un dibujo es preciso alabar que ha hecho en vez de estar corrigiéndole
los fallos como: te has salido de la raya al pintar, este dibujo no es de este
color, etc. Con este comportamiento solo se crea inseguridad.
- No gritarle cuando
haga algo incorrecto. Si se le grita el niño aprenderá a que esa es la manera
normal de relacionarse. Pero si le llegas a gritar, también debes enseñarle que
el mundo no se acaba ahí y que a veces las personas perdemos los estribos.
- No etiquetar sus
comportamientos. Cuántas veces hemos escuchado eso de: “todo lo haces mal”,
“este niño es lento, siempre se tarda”. Si el niño escucha continuamente estas definiciones sobre su comportamiento configurará su
personalidad de forma errónea en el que su comportamiento se guiará por el
sentido de su valía. Es decir, el niño que se porta mal creerá que solo será
querido si se porta bien. Las etiquetas crean dependencia emocional.
- Deja al niño que tome sus propias decisiones. Impedir
tomar decisiones a los niños con total libertad, implica crearle una
dependencia que durará años y años y podría llegar incluso hasta la edad
adulta.
Cuidado con lo que
No hacemos los padres
Muchas
veces hay padres que creen ayudar a los niños con sus acciones y consiguen todo
lo contrario. Conductas como: dejar
llorar a un niño, demorar la respuesta, no atender sus necesidades, etc. no son
formas válidas de transmitir seguridad y, por tanto, facilitar la independencia
del niño. Más bien todo lo contrario: de este modo se facilita un estilo de
apego inseguro que a largo plazo va a desembocar en un adulto dependiente.
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